martes, 22 de enero de 2013

Vida sana

Me fui a dormir con el sonido del romper de las olas. Nos habíamos bebido tres cervezas en el Lobo, un acogedor puesto rodeado de velas y donde un grupo tocaba la guitarra. Se había formado un círculo improvisado alrededor de una hoguera. Unos hacían malabares con fuego, otros tomaban vino tumbados, se charlaba y se miraban las estrellas. Había un cielo brillante con miles de puntos de luz y una manta azul, teñida de plata por la luna. No necesitamos ni linternas para llegar a casa, los astros nos indicaban el camino.

Me desperté con los rayos de luz que se colaban por la persiana. Se oían pájaros, y otra vez el mar. Preparé huevos revueltos con bimbo, tomate y queso; Almu se encargó del café. Luego, ella y Aida se fueron a pasear por la playa, querían ver los lobos marinos que hay en la punta del cabo. Vane se quedó ensayando kathak frente al espejo. Yo me apalanqué en el porche. Poco a poco se veía gente que abría las ventanas, limpiaban la ropa, desayunaban en hamacas... A veces el sonido de los camiones nos despertaba de este paraíso onírico y somnoliento. 

Ayer le pedimos al aguadero que nos llenara un poco el pozo. No ha llovido nada desde que llegamos y necesitaríamos unos 300 litros parea estos días. Así hemos podido limpiar el water, el agujero negro estaba estaba embozado. 

Tener agua da vida: hemos lavado ropa, fregado la vajilla, incluso nos hemos duchado con agua caliente. Es quizás el único problema que se puede tener en este rincón de Uruguay. El no tener luz se lleva mejor: durante el día ni la echas de menos y por la noche, están las velas que le dan un toque romántico al momento.

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