jueves, 31 de enero de 2013

Cortar por lo sano

Me dejé el acondicionador en el segundo albergue que estuvimos. Recuerdo exactamente como fue: me estaba acabando de duchar y un chico picó a la puerta. Tenía prisa por entrar. Recogí todo lo que pude y me enrollé el cuerpo con la toalla, salí escopeteada. Ahí quedó mi acondicionador, nuevo, perfecto, suave, de Yves Rocher dentro de la bañera.

Desde entonces, peinarme ha sido una tortura: la pastilla de jabón limpia y desinfecta, pero te deja el cabello seco, con nudos, estropajoso. La melena al viento no luce, más bien queda como un mocho usado. Ya no caen los rizos definidos, es más bien un estilo grunge alrededor de mis mejillas.

Me costó 5 años conseguir que el pelo me pasara la mitad de la espalda, que por delante, me tapara el pecho. Y es que me crece muy lentamente y cada vez menos. ¿Será la edad? Maltratarlo como ahora no es sano ni bonito. Luego soñé que llevaba el pelo corto, que el viento me tocaba la nuca. Recuerdo que me sentía fresca, alegre, libre.

A la mañana siguiente decidí cortar por lo sano (nunca mejor dicho). Busqué una peluquería barata por Floripa (me cobraba 11 €), le enseñé fotos del peinado que quería y ella se puso las manos a la cabeza: 'Cabelho lindo, nao da pena?'. Y le dije que no para hacerme la valiente, pero en cuanto vi la cola cortada me entraron ganas de llorar.

Aida y Almu no paran de decirme que me queda genial, más divertido y con más personalidad. No me veo mal, lo tengo tal y como soñé, en forma de V, más corto de atrás que de delante. Pero por el cogote se le fue la tijera y me ha quedado un cepillo a lo garçon. En fin, supongo que es el inicio de esta nueva vida, de una Anni más atrevida y decidida... aunque no dejo de pensar en que parte de mi se quedó en esa cola de caballo de la basura. 

martes, 29 de enero de 2013

Como, luego disfruto


Es difícil disfrutar de un día de sol o de una hermosa ciudad cuando no hay ducha previa, no se tiene el estómago lleno y no se ha descansado. Siendo mochilera, las necesidades primarias són básicas para todo lo demás. Me siento tan primitiva como cualquier animal, antes de  nada quiero comer, dormir, ir al baño y asearme. Después estoy abierta al mundo y mis ojos vuelven a brillar de curiosidad.

Menos mal que intentamos tener cubiertas esas necesidades y que las raras veces que no se han podido cumplir, ha valido la pena la espera.

Cruzamos la frontera de Brasil en autobús, y de noche. El día antes habíamos recopilado toda la documentación que nos pedirían: billete de salida del país, tarjeta de crédito y reserva de un hostel. El conductor nos hizo bajar a las 4, habían yankis y franceses también, pero a ellos no les hacían pasar el examen. Un guardia nos hizo unas cuantas preguntas, contestábamos al unísono, en monosílabos. Por fin, nos dio la bienvenida a Brasil.

Llegamos 13 horas despues a Florianópolis, una isla con más de 60 playas, unida a tierra firme por un enorme puente colgante. Las praias son paradisíacas, rodeadas de verde y de arena fina: es como meter los pies en harina. Olas grandes y fuertes, que te arrastran, música de samba, tecno y reaggeton, gente que bebe cocos con pajita y caipirinha. Unos bailan bajo una sombrilla, una mujer en tanga juega a palas con su chico, un hombre vende vestidos en una burra, otro, churros con chocolate...nadie hace topless, excepto yo. Ahora sí que disfruto. :)

sábado, 26 de enero de 2013

Infierno en Punta del Diablo

Imagínate dormir en una cama en mitad del Antzoki, de un concierto de verano o en medio de la Negra Flor. Ahora métele máximo volumen de amplis, voces, gritos, taconazos, el olor a humo, cerveza y vidrios. Por último, piensa que es un local abierto, sin ventanas y que hay corriente de viento, hacer frío. 

Así han sido las dos noches que hemos pasado en el albergue Carabanchel de Punta del Diablo (este de Uruguay). Llegamos de noche, empapadas por la lluvia y heladas, cansadas de andar por caminos de arena y apenas alumbradas por el frontal. Cualquier cosa nos parecía genial para dormir.

El hostel es una gran casa de madera antigua, en cuya parte delantera hay un bar con mesa de billar y sofás, y en la trasera, la cocina, un baño y una mesa. Las habitaciones están en el piso superior, dando directamente al bar. Los empleados se pasean por el hostel sin fijarse en lo que se necesita: un water no funciona, hay roña en la cocina, platos sucios que se amontonan, perros que comen de la basura, gatos que se pasean por los fogones... Todos hablan, gritan, no hay un minuto de silencio, ya no para dormir, ni siquiera parea leer. 

La temperatura ha bajado por lo menos 8ºC, llueve y el cielo está tapado. No podemos ir a la playa, así que visitamos el pueblo de pescadores. Ayer noche teníamos actuación de Bollywood pero Almu se encontraba fatal: creemos que fue un corte de digestión. A la mañana ya tenía mejor cara. Desayunamos, hicimos la mochila y nos marchamos de ese infierno de lugar. Sueño con una cama normal, con dormir, descansar y, por fin, soñar. 

jueves, 24 de enero de 2013

Baile en Cabo Polonio


Ayer nos ganamos una cena y hoy comemos gratis. En realidad hicimos un trueque: comida a cambio de nuestro talento. En nuestra última noche en esta pequeña reserva natural hicimos doblete: actuamos en el Duende a las 23h. y en el Lobo a las 24h. 

Vane nos hizo ensayar por la tarde, buscaba errores en cada paso, luego se encargó de pintar propaganda del espectáculo en las pizarras de los locales: "Noche Bollywood. Ven a descubrir la magia de la danza india".

Ya de noche nos pusimos el velo, nos maquillamos los ojos y nos hicimos trenzas en el pelo. Almu iba con la falda verde, Vane de lila y yo, azul. Llegamos al primer local 15 minutos antes de la actuación. Estaba nerviosa, fumaba, ganas de vomitar, no recordaba la coreografía. 

Aida nos presentó, dejó el gorro sobre la mesa de enfrente y enseguida salió Vane: se lució en cada paso, en cada detalle. Sus manos hablaban, sus ojos seducían. Se ha convertido en una gran bailarina. A la tercera canción salió Almu, cabeza gacha y rostro serio. Se puso de espaldas al público, y en cuanto se giró su sonrisa iluminó todo el escenario. 

Mi turno fue el cuarto y último baile. Bailábamos las tres, en triángulo, yo a la izquierda, Almu a la derecha. Aunque en el primer acto controlaba los tiempos y forzaba la sonrisa, ya en el segundo me reía de corazón, en mi estómago revoloteaban mil mariposas.Cuanto más animaba la gente, más enérgica me sentía. Nos aplaudieron mucho, nos pidieron un bis.Aida dice que los petamos y creo que tiene razón. En el gorrillo había más de 200 uyu (unos 9€)...

martes, 22 de enero de 2013

Vida sana

Me fui a dormir con el sonido del romper de las olas. Nos habíamos bebido tres cervezas en el Lobo, un acogedor puesto rodeado de velas y donde un grupo tocaba la guitarra. Se había formado un círculo improvisado alrededor de una hoguera. Unos hacían malabares con fuego, otros tomaban vino tumbados, se charlaba y se miraban las estrellas. Había un cielo brillante con miles de puntos de luz y una manta azul, teñida de plata por la luna. No necesitamos ni linternas para llegar a casa, los astros nos indicaban el camino.

Me desperté con los rayos de luz que se colaban por la persiana. Se oían pájaros, y otra vez el mar. Preparé huevos revueltos con bimbo, tomate y queso; Almu se encargó del café. Luego, ella y Aida se fueron a pasear por la playa, querían ver los lobos marinos que hay en la punta del cabo. Vane se quedó ensayando kathak frente al espejo. Yo me apalanqué en el porche. Poco a poco se veía gente que abría las ventanas, limpiaban la ropa, desayunaban en hamacas... A veces el sonido de los camiones nos despertaba de este paraíso onírico y somnoliento. 

Ayer le pedimos al aguadero que nos llenara un poco el pozo. No ha llovido nada desde que llegamos y necesitaríamos unos 300 litros parea estos días. Así hemos podido limpiar el water, el agujero negro estaba estaba embozado. 

Tener agua da vida: hemos lavado ropa, fregado la vajilla, incluso nos hemos duchado con agua caliente. Es quizás el único problema que se puede tener en este rincón de Uruguay. El no tener luz se lleva mejor: durante el día ni la echas de menos y por la noche, están las velas que le dan un toque romántico al momento.

lunes, 21 de enero de 2013

Cabo Polonio, donde el tiempo no existe

Al bajar del camión nos acercamos a un puesto de fruta, preguntamos por Mabel. Hay una señora sentada comprando albahaca, otros dos hombres charlan apaciblemente. Un chico pregunta qué hora es, todos se miran entre sí, nadie tiene reloj, a nadie le importa el tiempo.

Nos indican que la casa de Mabel es aquella chiquitita, con las ventanas azules. Picamos a su puerta, sale una mujer sonriente de pelo lacio y nos dice que nuestra cabaña es justo la de al lado: una grande de unos 20m2 y con un bonito porche. Nos cuenta que en realidad es Alejandro quien la alquila, un viejo hippie tatuado y tostado por el sol, que se la compró hace unos años. Aún así, todos los vecinos la siguen conociendo como la casa de Mabel. 

Es toda de madera, tiene una chimenea, cocina, dos colchones con mantas en el suelo y una habitación doble. El baño tiene un water diminuto y una regadera del revés hecha con un balde que sirve como ducha. No hay agua ni luz. Se saca de un pozo de lo que llueve, agua potable para beber y lavarnos. Luego la reutilizamos para lavar ropa, fregar los platos y para echar en el lavabo.

Cuesta acostumbrarse, hay cubos por toda la casa con diferentes aguas, y siempre hay alguna de nosotras que se despista y tira un balde donde no es. Pero al salir al porche se ve el mar, las dunas, hierbas y cabañas de colores... y pienso: 'vivir así vale la pena'. Por la noche, colocamos velas en botellas y nos alumbramos unas a otras para cocinar puré, comer salchichas y jugar al remigio. 

Hoy no hace día de playa, así que ensayaremos. Y es que esta noche actuamos en lo de María, un pequeño bar con sillas al aire libre, que está a 20 metros de casa. Vane le propuso bailar Bollywood a cambio de beber o comer gratis. Tengo que aprenderme el 'Mauja mauja' en pocas horas. Queríamos relax en el paraíso, pero somos culos inquietos en busca siempre de algo que hacer. 

viernes, 18 de enero de 2013

Cuentos de América Latina I

Habíamos quedado en que yo la picaría a su casa a las 12h, enfrente de la Intendencia de Montevideo. No tardó ni tres minutos en bajar. Stella Maris era una mujer de pelo blanco largo y ojos azules despiertos. Su apariencia hippie y despreocupada le quitaba años de encima.

Me dió un beso en la mejilla y me llevó a ver una muestra de tango. Llevaba una cámara colgado al cuello, me dijo que quería sentirse una turista como yo. Habían fotos en blanco y negro, sepia, de Carlos Gardel, orquestras, bailarines...ella criticaba los feos, admiraba los detalles, y me dejaba entrever sus opiniones y valores. Quería preguntarle todo.

Ella se definió como cuentacuentos y bruja. Aunque también es madre, abuela, amiga y ex esposa. Por ello, estuvo en prisión un año durante la dictadura. Su estancia entre rejas la llevó a idear cuentos que mandaba por carta a sus cuatro hijos, así se saltaba la censura de los guardias. 

Eligió un cuento suyo de hace 40 años, uno sobre una bolsa de maíz, todo en verso. Fue como volver a primaria, ponía énfasis en cada palabra y movía las manos con ritmo. La invité a un café, luego ella a mi otro. Seguimos hablando del amor, de la vida, del sexo, de magia, sueños...por tres horas. 

Al despedirnos, una antigua compañera de celda la abrazó y ella me presentó: "Es Anni, una cuentacuentos española que vino a conocernos".



Cuentos de América Latina II

Raquel Silvetti trabajaba en la Biblioteca Nacional de Uruguay, era coordinadora de El cuento nos une. Sabía que mi encuentro con ella iba a ser más institucional y serio. Nos sentamos en su despacho y me explicó con entusiasmo qué hacía un narrador oral escénico. 

Ella, además de secretaria del director de la biblioteca, iba por las escuelas rurales del país regalando historias a niños niñas y abriéndoles una puerta a un mundo mágico. Ésa era la tarea que más amaba. Sus ojos brillaban de excitación al expresar los secretos de un buen cuentacuentos. Me dejé envolver por sus palabras cuidadas y su dulce acento. 

Le pedí que me contara uno de los suyos y me soltó Celeste, la niña pájaro. La grabadora empezó a funcionar, ella se puso en pie e imitó la voz de una niña. Decía onomatopeyas, sonidos, gestos cambiantes en su rostro... el cuento no eran sólo palabras, era también la forma, la energía entre ambas.

Intercambiamos emails y prometimos mantenernos en contacto, mandarnos textos mutuamente. "Todos andamos ansiosos de cuentos", me dijo. 

jueves, 17 de enero de 2013

Couchsurfing en Montevideo

Llegamos a casa de Pablo a las 13h en punto. Nos abrió la puerta una asistenta, él aún estaba trabajando. Dejamos las mochilas en un rincón del salón y esperamos a que el anfititrión llegara. Era nuestro primer couchsurfing, personas que hospedan a viajeros de forma gratuita. Teníamos nervios y miedo.

Entró con energía, vestido de deporte y una gorra del Nacional, uno de los dos equipos más importantes del país. Nos saludó, nos mostró la casa y nos invitó esa tarde a hacer un tour en coche por toda la ciudad, junto a un amigo suyo y dos brasileñas que también hacían couchsurfing en su apartamento.

Fue una tarde de lujo, las cuatro en un monovolumen con aire acondicionado, viendo las calles y las playas que días antes habíamos recorrido a pie. Pasamos por el barrio de Benedetti y zonas adineradas, hasta llegar a un cerro sobre el que se vislumbraba toda la ciudad.

Nos sentíamos tan agradecidas por su generosidad, que esa misma noche le prometimos cocinar tortilla de patatas. Teníamos que hacer dos tortillas, de 8 huevos cada una, porque éramos 8 para cenar. Pero en la sartén grande se pegaba todo... Así que hice 6 tortillas pequeñas, eso sí, gorditas y jugosas, y pusimos pan con tomate en la mesa. Al final fuimos 6 para cenar, Pablo flipó. Las brasileñas apenas comieron y a nosotras incluso nos quedó una para el desayuno.

En la calle Minas estaba nuestro segundo couchsurfing, un piso viejo de 5 amigos con 7 habitaciones y una terraza con sofá en la azotea. Los chicos se paseaban descalzos, sin camiseta y el pelo revuelto. Escuchaban folk, reggae y Dylan, mientras uno cocinaba, otro tocaba la batería y otro escribía en el ordenador. Aún no sé cuánta gente vivía en esa casa, amigos y amigas entraban y salían constantemente. 

Nos dejaron el salón para dormir, y nos dieron libertad absoluta para cocinar, ducharnos, usar la wifi e ir a dónde quisiéramos.

Haciendo couchsurfing 4 noches, nos hemos ahorrado más de la mitad del presupuesto diario. La semana siguiente andaremos más al este de Uruguay, en Cabo Polonio, donde no hay ni luz, ni agua caliente, ni wifi ni tiendas, tan sólo cabañas y playas. Un lugar espléndido para tumbarse a ver las estrellas, bañarse desnuda en el Atlántico y hacer el saludo al sol al amanecer. 


domingo, 13 de enero de 2013

Colonia de Sacramento

A penas tres horas separan Argentina de Uruguay. Es el Río de la Plata, que une Buenos Aires y la ciudad de Colonia, tan sólo un trayecto en barco. El río es tan grande como un mar, no se ve el final, aunque sus aguas son dulces y marronosas. 

Colonia es un lugar encantador, casitas de estilo portugués, calles empedradas y banquitos de colores en cada esquina. Es un pueblo de veraneo para muchos argentinos, que se confunden con los vecinos. 

Bañarnos en el Río de la Plata fue una sensación única, extraña: el agua nos cubría hasta las pantorrillas, estaba como un caldo y a penas flotábamos. Nos tumbamos bajo una palmera, comimos bimbo con queso, tomate y ciruelas, echamos la siesta y vimos un partido improvisado de fútbol en la orilla. Son diestros y avispados con el balón...

Tuvimos la suerte que en nuestro segundo día se celebraba la Llamada del Carnaval, todo el mundo se preparaba para el evento. Filas larguísimas de sillas a banda y banda de la avenida, desde primera hora de la mañana. Nosotras nos acomodamos en el tejado del albergue, una vista casi privilegiada de la gran rúa. Chicas en tanga y plumas en la cabeza, chicos agitando enormes banderas, todos al son de los tambores de las batucadas.

Aunque trasnochamos un poco, toca madrugar, sino nos perdemos el desayuno... Además, no hay que descuidar nuestras tareas: Vane busca academias de baile, yo intento contactar con cuentacuentos de la zona, actualizar mi blog y buscar alojamiento a través de couchsurfing. Aún no he tenido tiempo de aburrirme...


viernes, 11 de enero de 2013

La Boca Resiste

Hasta La Boca hay un paseo precioso por entre calles de viejas casas y edificios decadentes. Los niños juegan despreocupados en las aceras rotas, mientras algunos vecinos toman mate en la puerta de sus hogares. Calma. A veces el motor de un coche cochambroso rompe la armonía del momento. Algún puesto de comida y refrescos nos sorprende como si de un oasis se tratara.Una Quilmes de litro nos refresca y nos da energía para seguir.

La mayoría de casas de La Boca están construidas con materiales sobrantes de antiguos barcos, parches de metal que forman chabolas de colores y formas irregulares.Siguiendo el Caminito nos topamos con la figura de Maradona en lo alto de un balcón, estatuas, transeúntes y turistas se rinden a los pies del gran dios del fútbol. 

Suena tango en los portales, alguno turistas hacen fotos a los puestos de artistas. Los vecinos se saludan, se besan, se mezclan entre la gente. Fuera de las cuatro calles turísticas, las paredes están cargadas de emblemas de la unión vecinal, revolucionaria y socialista. El estadio de la Bombonera, símbolo de un equipo humilde y obrero que ha llegado muy alto. La Boca resiste, la Boca se une, se crece.

Ni las ampollas en los pies, ni el sudor, ni cansancio en las piernas, ni la sed constante...nada nos impide seguir andando con una enorme sonrisa en la cara. Movidas por la intuición, volvemos al local de ayer y anteayer, un barecito de empanadillas caseras sin cartel niluces, en el que un chico amable nos sirve cerveza a pie de calle. Brindamos por nuestra última noche en Buenos Aires. Al día siguiente curzaremos el Río de la Plata: Uruguay nos espera. 

jueves, 10 de enero de 2013

Tomando Buenos Aires

He vuelto a comer ternera. Después de 13 años sin ingerir carne roja, ayer probé el chivito (bocata de filete, jamón y queso) y empanada de corte. Sabía que en algún momento tendría que hacerlo aunque no creía que fuera tan rápido.  Es quizás el primero de los muchos cambios que el viaje va a hacer en mí...

El primer día en Baires fue genial, aunque estábamos un poco cansados tras volar durante 14 horas en un vuelo incómodo, pequeño y con turbulencias. Nos cambiamos nada más pisar el aeropuerto: metimos el polar y las chirucas en la mochila y nos calzamos los tirantes y las sandalias. Hace casi 30º, es verano puro y duro.

Nos alojamos en el albergue Aires Porteños del barrio bohemio de San Telmo. Tiene techos de 4 metros de alto, puertas de madera con motivos de tango y porticones coloridos. Dormimos en la habitación Carlos Gardel. Al salir a la derecha llegamos a la calle Corrientes, plagada de librerías y teatros; a la izquierda a La Boca, la Casa Rosada y la Plaza de Mayo. Nos fotografíamos en el suelo junto a los pañuelos de las Madres. Queda pendiente juntarnos en su manifestación de cada jueves. 

Por cierto, Vane y yo somos las tesoreras del grupo en Argentina, nuestra función es llevar el presupuesto diario del bote. ¡Quién lo ib a decir! Yo que soy tan mala con los números... Pero en este viaje hay que dejar condicionamientos y prejuicios atrás. Open minded!

sábado, 5 de enero de 2013

¡A por los sueños!


El próximo martes por la tarde estaré en Buenos Aires. Aunque ya tenga medio hecha la mochila, listos los papeles y el pasaporte, no me hago la idea. Después de ahorrar durante más de dos años y sacrificar cosas por el camino, aún no me creo que por fin haya llegado el momento esperado.

¿Cómo será el día a día en Argentina? ¿Cómo será mi vida en Chile? ¿Me sentiré feliz en Bolivia? Mi cabeza se pregunta un millón de cosas, pero no encuentro respuesta para ninguna. Sin embargo, la incertidumbre de no saber qué va a pasar, dónde vamos a dormir, comer o a quien vamos a conocer, al contrario de de producirme angustia, me da una especie de ilusión, risa y morbo. Supongo que me sostiene una gran fe (en no sé qué), estoy convencida de que éste es mi camino y, además, tengo a mi lado a tres grandes amigas y compañeras de viaje.

Almu, Vane, Aida y yo nos conocemos desde hace más de 10 años. Unas nos encontramos en la universidad, cuando nuestros sueños ya empezaban a perseguirnos: queríamos escribir, ser independientes y, sobre todo, viajar. Justo en el 2003 Vane y yo nos íbamos de Erasmus, ella a Torino, y yo, a Venezia. No lo sabíamos, pero aquella experiencia nos iba a cambiar la vida. Aida acabó tan rápido como pudo la carrera para irse a Dublín un tiempo, fue allí donde conoció a Almu. Desde entonces hemos pisado mil sitios desde Italia, Irlanda o Canadá, pasando por India, Turquía, Xixón, Kenia, Lavapiés o Bilbao... Hemos aprendido otras tantas cosas, por ejemplo a ser compañeras de piso, a levantarnos tras un desamor, a luchar por nuestros derechos, a bailar Bollywood, a formarnos en redes sociales, a elaborar sushi... Hemos seguido nutriéndonos las unas a las otras, confiando y soñando juntas y por separado.

Me siento afortunada de hacer realidad este sueño (en mi cajón mental hay muchos más, claro): conocer América Latina, aprender de la gente, sentirme útil, intentar cambiar algo de lo que va mal, crecer en mi profesión. Hoy mismo a través del vídeo de Inknowationescuchaba que si una persona se arriesga, sale de su “área de comodidad” y trabaja para llegar a una meta, puede conseguir lo impensable. Todo el mundo tiene un sueño, la cuestión está en si nos atrevemos o no a llevarlo a cabo.