miércoles, 29 de mayo de 2013

Cuentos de Cochabamba

Yolanda Luizaga Quispe trabajaba como auxiliar en la Biblioteca Jesús Lara de Cochabamba. Aunque llevaba unos meses n el puesto, antes había estado 14 años en la Sebastián Pagador, donde había narrado mil y un cuentos a niños y niñas. "Me disfrazaba de sol hecho de cartón y ambientaba la sala con velas. Luego les hacía cerrar los ojos y les conducía hasta las nubes".

Yolanda empezó explicando historias clásicas, como la caperucita o los tres cerditos, pero había ido incorporando nuevas y también leyendas de tradición oral de la región. Ella quiso compartir conmigo el cuento de María de las Palomas, sobre tres hombres pesados que quieren conquistar a una chica guapa y lista. María, al verse presionada por sus pretendientes, decide darles un escarmiento. "La muchacha tiene que decidir con quién, cuándo y cómo casarse, y al final no escoje a ninguno porque la pareja no debe exigir", concluyó la cuentera.

María Cristina Paredes Morillas era jefa de la División de Bibliotecas de Cochabamba. Había trabajado más de 25 años entre libros, pero además había creado una universidad indígena en la selva de Chapare y montado la escuela PROEI Andes para maestros andinos. "Soy muy revolucionaria, me encantan los movimientos sociales. Incluso me retiraron del trabajo por participar en la guerra del agua". 

Se quejaba de los pocos recursos que tenían las bibliotecas públicas, aún así no tirabala toalla: "Queremos acercar la lectura a los niños, ofrecer apoyo a los jóvenes estudiantes y hacer terapia con los mayores a través de las novelas".

Me explicó un cuento que se le había quedado grabado de los muchos que le había narrado su tía Vicenta, El tapado. Una historia sobre la amistad, la envidia y la avaricia...terrible mezcla. 

viernes, 24 de mayo de 2013

Cochabamba, la vida en el mercado

Dicen que el mercado más grande de Bolivia se encuentra en Cochabamba y, aunque no tenía cómo medirlo, sí me pareció gigante. En realidad, son tres mercados en uno: el de Ferias la Pampa, el de la Cancha y el de Calatayud, que unidos hacen un laberinto de miles de puestos distintos frente a la terminal de buses.
 
Le llaman mercado a calles y calles de negocios de todo tipo: una puede encontrar una avenida repleta de aparatos electrónicos, en la paralela paisanas con carnaca de res (ternera) expuesta, y justo en la perpendicular, una de tiendas de confeti y goma eva para fiestas de cumpleaños.
 
Por las aceras hay que ir sorteando vendedoras ambulantes, la mayoría cholitas (señoras de rostro oscuro, con largas trenzas y faldas abombadas) que desde el suelo te venden chicles, pan, mandarinas, queso o almendras. Ojo también con no ser atropellada... por el asfalto pasan sin cesar un desfile de autobuses y taxis a velocidades extremas, sin frenar y sin respetar a los peatones.
 
Detrás de los puestos pegados al edificio central del mercado, se hallan algunos pasillos estrechos que conducen al interior. Una vez dentro del mercado, ya no se puede comprar apenas nada. Todo está dispuesto como un gran patio de comidas.
 
Las señoras en delantal y rodeadas de cazuelas y pucheros, te ofrecen un almuerzo casero en mesas corridas por 1€. Sopas de maní (cacahuete), milanesas con yuca y arroz, carne de res con ensalada, pollo al horno con pasta. Se debe ir con hambre y sin manías: las cocineras te llenan el plato con la mano, huele a fritanga y se comparte mesa y banco con otros comensales.
 
No hay que irse del mercado sin probar el postre. Las tiendecillas de zumos naturales sirven ensaladas de frutas con papaya, uva, piña, manzana, sandía, melón aderezadas con nata, yogurt o jugo. Mmm... 'Dulces, sabrosas y cargadas de vitaminas!

miércoles, 22 de mayo de 2013

Cuentos de Sucre y Potosí

Sucre es la ciudad blanca, tiene calles anchas, plazas arboladas y mucha vida estudiantil. Es además, la capital judicial de Bolivia y posee dos grandes bibliotecas públicas. 

Me fui en busca de cuenteras. Del Archivo Nacional me mandaron a la biblioteca y de allí preguntando por los pasillos di con Esther Pinto. Ella era pedagoga y se encargaba del Área Infantil. Desde que empezó en el cargo hacía dos años había creado programas de incentivo y animación a la lectura. Esther había revolucionado la sala: "Mis compañeros me dicen que me pagan por jugar" - decía riendo- "El objetivo es leer. A los niños les digo que aquí no se hojean los libros sino que se leen. Ésa es la diferencia entre una biblioteca y una librería". 

La pedagoga recibía unos 10 niños por día en el programa Festín de Lectura, que intentaba crear el hábito de leer a través de textos, poesía, dibujos y cuenta cuentos. "No me considero cuentera, necesito mucha más experiencia para ello. Cuando narro historias me apoyo en imágenes y videos". La hora del cuento duraba unos 15 minutos, ella se colocaba sobre una colchoneta en el suelo para estar "al mismo nivel que el niño" y empezaba siempre con una pregunta sobre el título.

Esther me explicó el cuento de la Jirafa tímida, sobre los complejos que nos impiden disfrutar de cosas de la vida. "Da igual si somos altos, bajitos, con gafas o morenos...todos somos buenos en algo", acababa diciendo.

Lucy Colque era trabajadora en el Hostel Koala Den de Potosí. Hacía de 7 a 19h todos los días y se encargaba del desayuno, la recepción y el mantenimiento de la casa de huéspedes. Era madre de 5 hijos y estaba orgullosa de que los dos mayores, de 22 y 18 años, ya estudiaran en la Superior. No tenía experiencia como cuenta cuentos, pero como hija, nieta y madre había oído y narrado varias historias quechuas.

Le vino a la cabeza la leyenda de Akatanca, un ser mitológico mitad mariquita mitad humano. Trataba de un chico muy guapo y apuesto, que seducía a las mujeres, pero que en realidad era un bicho repugnante que vivía en el bosque. Los padres de Lucy se lo contaban antes de dormir y ella a sus hijos cuando iban al monte. En realidad, quería enseñarles que la belleza no está en el exterior y que fijarse únicamente en el físico puede acarrear graves peligros.
 

miércoles, 15 de mayo de 2013

Potosí y las minas

Potosí es una ciudad minera con más de 100.000 habitantes. Dicen que es la hermana mayor de Bolivia, pues durante 400 años le ha aportado dinero al resto del país, pero ahora es ignorada. Y es que la minería desaparecerá en unos 30 años..

Tiene callejuelas estrechas y monumentos coloniales que recuerdan a un pueblo de Castilla. Sus vecinos no son muy habladores, y menos con los turistas, pero son amables, tranquilos y fieles a sus costumbres. Las mujeres visten faldas anchas, trenzas largas hasta el culo y bombín en la cabeza. Los niños se pasean con gorros de lana de colores, sonrientes, con los mofletes manchados de dulces.

La mina de Santa Elena, conocida por la montaña 'comehombres', es el cerro que está en lo alto de Potosí. Es gestionada por una cooperativa y cualquiera que pague 2000 pesos bolivianos puede ingresar. Las condiciones laborales de un minero son insalubres, durísimas, pero muchos adolescentes buscan suerte en esta tierra.

Nos pusimos botas, casco y frontal, llevábamos hoja de coca y agua para humedecer la garganta. Entramos por el túnel, aún corría el aire, las paredes se estrecharon, los pies arrastraban barro. Hasta que llegamos a un cruce donde el calor era agotador y el polvo insoportable para respirar. Abandoné el grupo y salí de la cueva, necesitaba aire.

Los mineros tienen los pulmones más desarrollados, más cantidad de glóbulos rojos para oxigenar su cuerpo. En el interior de la montaña impera la ley del coraje. Dicen que Dios no existe ahí dentro, sólo la Pacha Mama, la madre naturaleza. Los trabajadores se animan unos a otros, se pasan hojas de coca, se ayudan y hacen bromas al Tío, el diablo de la mina.

lunes, 13 de mayo de 2013

Bolivia, tierra indígena

Desde San Pedro de Atacama (Chile) hasta Bolivia tan sólo hay unos pocos kilómetros de distancia. El gran desierto del norte chileno es un paisaje extenso de montañas rojizas y cactus. Es como estar en Marte o en una peli del Far West. 

Llegué de noche a San Pedro, me recibieron Almu, Vane y Aida con un bocata y un abrazo. Al día siguiente teníamos contratado un tour de tres días que nos llevaría por lagunas y desiertos, hasta cruzar la frontera. En el jeep coincidimos con Joaquín, un español que se había colgado de una chilena, y con Benji, un alemán que era tan happy como despistado. Formábamos un equipo increíble, nos moríamos de la risa por tonterías, cantábamos, hacíamos juegos...

El primer día, atiborrados con garrafas de agua y hojas de coca para el mal de altura, visitamos la laguna blanca, la verde y la roja; nos hicimos fotos en el árbol de piedra de Dalí y llegamos a una casita cubiertos con guantes, gorro y polar. En Hualla Jara no había calefacción ni agua caliente y sólo había luz 2 horas al día. Pero ese no era el único problema: estábamos a 4700 metros de altitud y el cuerpo se resentía. Apenas andábamos unos metros y nos salía el hígado por la boca, hacía un frío polar y el dolor de cabeza era permanente.

Fue la peor noche de mi vida. Nos metimos en la cama a las 20, yo con Vane para darnos más calor, pero no nos podíamos mover por la cantidad de mantas que teníamos encima y por lo estrecho que era el colchón. Sentía en mi estómago fuegos artificales, tuve que visitar el baño de madrugada. A las 6h de la mañana, harta de dar vueltas, me levanté. El sol del amanecer me devolvió la vida. 

El tour siguió por diferentes lagos y geisers (fuentes termales malolientes) hasta llegar a un albergue de sal. Las paredes, las camas ¡incluso el baño era blanco y salado! Y es que en Bolivia se encuentra el salar más grande del mundo, el de Uyuni: una inmensa esplanada blanca donde el ojo engaña y las distancias parecen más cerca de lo que son.

domingo, 12 de mayo de 2013

Cuentos de Valpo

Coté Rivara me citó en su casa a las 15h. Vivía en el Cerro Cárcel de Valparaíso, en una pequeña casa con la puerta amarilla y números en fucsia. Me abrió la puerta con el pelo mojado, acababa de salir de la ducha. Tenía los ojos grandes y relucientes, se veía feliz, quizás fuera también por la barriga de embarazada que lucía.

Me hizo acomodar en su salón. Sonaba música francesa, un cuadro de Neruda presidía la mesa y cientos de libros ocupaban todas las estanterías. Me sirvió té y se sentó frente a mi. Parecía algo distante o tal vez tímida. Le hice las preguntas de rigor y, poco a poco, el hielo entre ambas fue desapareciendo. 

Coté era actriz de formación, pero por amor había conocido el mundo de los cuentos 10 años atrás y, desde entonces, no había podido despegarse. Tenía un repertorio variado, historias propias como El camión de mi papá, historias de tradición oral, leyendas indígenas que editaba, modulaba y hacía propias. 

Decía que había que subir al escenario con una actitud honesta: "El cuentacuentos tiene que borrarse, es solamente un puente para que la historia aparezca sola". Coté había unido teatro y cuento, y casi todos sus proyectos perseguían esa fusión. Su última creación Contigo clown y cebolla iba dirigido a niños y padres y contaba la historia de una niña con complejo de gordita que cuando crece se obsesiona por encontrar el amor de su vida.

Me invitó a ver el espectáculo a Viña del Mar el día siguiente, más de 400 niños gritaban con sus canciones y gestos exagerados, se retorcían de la risa en los asientos. "Los niños son el público más exigente. Es honesto porque si se aburre, te lo demuestra".

Le pedí a Coté un cuento antes de despedirme y eligió El cuento de la luna llena, una historia indígena sobre una niña tan bonita que le hace de espejo a la luna. "Todos contamos cuentos, por ejemplo, al llegar a casa cuando le explicamos a alguien cómo nos ha ido el día". Supongo que Coté tiene parte de razón, pero una puede reconocer una historia ordenada y perfecta, llena de magia. Y es que hay gente que tiene un don para contar, como ella.

lunes, 6 de mayo de 2013

Valparaíso, arte en la calle

La segunda ciudad más grande de Chile no tiene nada que envidiarle a la capital. Valpo, que en su día fue el puerto más importante del Pacífico, es hoy un hervidero de artistas  estudiantes y trabajadores. Los transeúntes escalan por sus calles empinadas y se pierden entre los murales y los grafitis multicolores. Las pintadas artísticas y reivindicativas sobre muros y casas antiguas ofrecen un ambiente auténtico, único y decadente.

Encima de cada uno de sus más de 20 cerros, una puede vislumbrar una gran alfombra de tejados variopintos que se extienden hasta más allá donde llega la vista. Pero a pesar de la gran extensión de la ciudad, una no se siente ni pequeña ni extraña.

Me quedé en casa de Josu una semana y podría haber estado una semana más. Él era un couchsurfing que había alojado a mis amigas poco tiempo antes, era nieto de un marinero de Bermeo y vivía en el Cerro Alegre, declarado Patrimonio Histórico de la Unesco. Su generosidad y sencillez me hizo sentir cómoda y libre desde el primer día. Me mostró los rincones más mágicos entre callejuelas, los bares con más solera y me presentó a infinidad de amigos que me trataron como a una más del grupo. Valpo es un lugar donde quedarse y ser feliz. Quizás vuelva más adelante en busca de trabajo...

El sábado Josu me llevó en su Suzuki DR650 a Isla Negra, a la casa de Pablo Neruda. Hacía sol y desde la moto se podían oler los bosques y el mar, sentir el aire fresco y la velocidad. Esa misma noche fuimos al concierto de los Jaivas, un grupo de folk chileno con más de 50 años de historia, que tuvo que exiliarse en tiempos de la dictadura, y que nos regaló sonidos muy distintos: melodías mapuches, canciones andinas, bailes de cueca. Su música nos inyectó energía para ir a La Proa y seguir bailando cumbia y temas de Los Fabulosos Cadillac y Mano Negra.

Mi próxima parada es San Pedro de Atacama, el famoso desierto chileno y la zona más al norte del país. Ahí me reencontraré con Almu, Vane y Aida después de más de un mes viajando en solitario. Y aunque me haya encantado andar a mi bola por este país, creo que a veces la felicidad no es real sino es compartida