sábado, 27 de julio de 2013

Caminando por Huaraz

Le llaman la Suiza de Perú, pero Huaraz es aún más impresionante. La Cordillera Blanca esconde lagos color topacio bajo la sombra de picos con un montón de nieve encima, a punto de provocar un alud. Más de 20 montañas superan los 6.000 m. Es la cordillera más alta del mundo después del Himalaya, y un auténtico paraíso para los aventureros. 

Me aconsejaron hospedarme en El Tambo, un albergue cuco, barato y de ambiente mochilero. Unos cocinaban trufas para luego venderlas por la calle, otros hacían dinero tocando la guitarra, los había incluso que hacían malabares. Nada más instalarme conocí a Ainara y Amagoia, dos chicas vascas que recorrían Perú. Decidimos hacer juntas la excursión al Parque de Huascarán al día siguiente y ver la Laguna 69.

Un microbús nos recogió a las 6h de la mañana, éramos 12 turistas, todos europeos, vestidos de Quechua y Kalenji. Dos horas y media más tarde comenzábamos a andar por el monte. La caminata, que empezaba por prados verdes, vacas alrededor y un río cantador, fue haciéndose más y más dura. A cada paso, el aire nos faltaba, la cabeza nos dolía y el cuerpo nos pesaba toneladas. Estábamos a casi 4.000 m de altitud y la falta de oxígeno se notaba, además del desnivel y la cuesta interminable. 

Nos íbamos dando ánimos las unas a las otras. Cuando ya creíamos haber llegado, un guía peruano nos dijo que nos quedaba el último trecho, 50 minutos más. Me vine abajo. Me hubiera quedado allí mismo, no me importaba no ver el lago, tan sólo quería descansar. Pero Ainara y Amagoia sacaron fuerzas para continuar poco a poco, y las seguí unos metros más atrás, callada y con la vista clavada en las chirucas. 

Tras una enorme roca vimos un color esmeralda brillante, como si de un oasis se tratara. La Laguna 69 se ocultaba entre altísimos picos nevados y cascadas de anuncio. Jamás había visto un azul igual, ni en el Mediterráneo, ni en un océano, ni en una piscina. Quería quedarme allí y mirarlo durante horas. El sudor había valido la pena. Einara soltó que la montaña es como la vida: "lo bueno sabe mejor después del esfuerzo". O como dice mi amiga Aida, las estrellas para quien se las trabaja... 


lunes, 22 de julio de 2013

Cuentos de Lima

Cucha del Águila vivía en una casa azul del barrio Surco de Lima. Me había dicho que pasara a buscarla para comer juntas. La encontré trabajando en su nuevo proyecto encima de la mesa de la cocina. Andaba metida en el programa de mejora de lectura para Perú, que le había encargado el Ministerio de Educación. 

Las paredes naranjas, las cortinas de flores, las cestas de mimbre, las ollas de barro y los cuadros indígenas le daban un ambiente cálido y naif a su hogar. Adornaban el mantel un frutero y una postal de su hija, que estudia Bellas Artes en Francia.

Cucha tenía el cabello largo y oscuro, recogido con una trenza, y unos ojos azules que hablaban con experiencia y sabiduría de la vida y del mundo. Se consideraba narradora de cuentos, activista, gestora cultural y madre. Había nacido en Tingo María, la selva Amazonas, se había curtido en París estudiando Literatura, y trabajaba con relatos desde hacía más de 20 años. "El público hoy día no es exigente, no ha oído muchos cuentos y no tiene con qué comparar. Es como aquél que come sólo fast food y nunca desarrolla su paladar", se quejaba la cuentacuentos.

Aunque poseía un repertorio literario de "batalla" (historias que le servían ante cualquier público y evento) sus cuentos favoritos eran los clásicos y densos, con los que "creaba puentes". Sus fábulas sucedían en el Perú nativo e indígena, la tierra de su alma, y trataban sobre antiguas tradiciones, seres mitológicos y ritos quechuas. Me explicó el cuento de La madre del agua, sobre el espíritu de todos los seres naturales, una promesa no cumplida y un amor frustrado. Ella, como sus historias, estaban arraigadas a la Pacha Mama, a quien respetaba, amaba y adoraba. 

domingo, 14 de julio de 2013

La montaña sabia de Machu Picchu

Pensaba que no iba a llegar a la cima. Me habían advertido que en el tramo final caminaría hasta con las manos. Llevaba más de dos días con una bacteria en el estómago que me había dejado sin fuerzas. 

Atiborradas con chips, kit kats, bocatas y plátanos empezamos a subir el Wayna Picchu (montaña joven) de 2.700 metros. Es el pico puntiagudo del fondo que se ve en todas las imágenes de Machu Picchu y que tan sólo 400 personas pueden pisarlo al día. Una hora más tarde y con temblores en las pantorrillas, nos hacíamos fotos en la cresta.

El Machu Picchu (montaña sabia, de 2.600 m) es una ciudad inca escondida entre selva, cascadas, cerros y pegada al cielo, que se ha conservado en el tiempo gracias a que los colonizadores españoles nunca la encontraron. El mapa de la urbe, diseñada para unos 500 nobles, contiene diferentes viviendas, galerías agrícolas, templos para usos varios y hasta un calendario astronómico.

Los incas, la última civilización del período andino, tenían una religión politeísta muy ligada a su Pacha Mama. Sus ofrendas iban dirigidas a la Tierra, el Sol, la Luna y al Agua. Creían que el cosmos tenía 3 dimensiones: el cielo, representado por el cóndor, la tierra, símbolo del puma, y el inframundo con la imagen de la serpiente.

Sin embargo, poco es lo que se conoce de la era inca, sus jeroglíficos (plasmados en tejidos y piedras) aún están por descifrar. Más allá de los vestigios andinos y del gran legado cultural, Machu Picchu es un apasionante lugar donde pasear, reflexionar y vibrar.

Me vi en las entrañas de las montañas, arrojada casi al terraplén de cascadas, tocando las nubes con mi mano. Me sentí parte de todo y pequeña a la vez, infinita e ilimitada.


lunes, 8 de julio de 2013

Revolución india en Cusco

Estoy hecha polvo. Esta última semana en Cusco (Perú) ha sido una auténtica locura. Desde bien temprano hasta la noche trabajamos para el Festival Bollywood Solidario del 7 de julio. Ensayos diarios, confección de vestuario, colgar carteles, vender entradas... Incluso las tres últimas noches hicimos varios bolos en diferentes bares para animar a la gente a venir al evento.

Y lo petamos. Los niños y niñas de Tankarpata disfrutaron a tope vestidos de hindúes, hubo más de 80 asistentes y los voluntarios, organizados en distintas comisiones, ayudaron para que todo fuera perfecto. 

Me pasé todo el domingo estresada, vistiendo a los varones, marcando posiciones, recordando los pasos. Sufrí de lo lindo detrás del escenario, antes de cada baile. Me peleé con dos niños que se negaron a actuar en el último minuto. Me congelé viva andando descalza de un lado al otro de la capilla San Bernardo. No comí ni merendé, sólo pude engullir media samosa entre bambalinas... Pero al subirme al escenario me sentía como una estrella, disfrutaba viendo como la gente nos animaba, como los peques se quedaban con la boca abierta cuando nuestras faldas volaban en los saltos. 

Cuando el espectáculo acabó me sentí fatal, por no haberlo gozado más, por no haberme hecho fotos con Clemente, Henry y Fabricio, y no haber besuqueado a Araceli. El show había terminado y nuestro trabajo también. Fue un gran éxito, logramos recaudar unos 150 euros, sumando entradas, comida india y refrescos. Cooperar Perú nos ha dado mil gracias, en público y en privado, por nuestro esfuerzo. Las '4 terribles' hemos revolucionado la escuelita estas cuatro semanas.

Mañana es nuestro último día con los niños. Quiero abrazarlos bien fuerte, por los días de broncas y el tiempo perdido. Y es que muchas veces me he visto más un ogro que una profe enrollada. Tan sólo espero haberles aportado algo útil en sus vidas... ellos a mi, mucho.