domingo, 14 de julio de 2013

La montaña sabia de Machu Picchu

Pensaba que no iba a llegar a la cima. Me habían advertido que en el tramo final caminaría hasta con las manos. Llevaba más de dos días con una bacteria en el estómago que me había dejado sin fuerzas. 

Atiborradas con chips, kit kats, bocatas y plátanos empezamos a subir el Wayna Picchu (montaña joven) de 2.700 metros. Es el pico puntiagudo del fondo que se ve en todas las imágenes de Machu Picchu y que tan sólo 400 personas pueden pisarlo al día. Una hora más tarde y con temblores en las pantorrillas, nos hacíamos fotos en la cresta.

El Machu Picchu (montaña sabia, de 2.600 m) es una ciudad inca escondida entre selva, cascadas, cerros y pegada al cielo, que se ha conservado en el tiempo gracias a que los colonizadores españoles nunca la encontraron. El mapa de la urbe, diseñada para unos 500 nobles, contiene diferentes viviendas, galerías agrícolas, templos para usos varios y hasta un calendario astronómico.

Los incas, la última civilización del período andino, tenían una religión politeísta muy ligada a su Pacha Mama. Sus ofrendas iban dirigidas a la Tierra, el Sol, la Luna y al Agua. Creían que el cosmos tenía 3 dimensiones: el cielo, representado por el cóndor, la tierra, símbolo del puma, y el inframundo con la imagen de la serpiente.

Sin embargo, poco es lo que se conoce de la era inca, sus jeroglíficos (plasmados en tejidos y piedras) aún están por descifrar. Más allá de los vestigios andinos y del gran legado cultural, Machu Picchu es un apasionante lugar donde pasear, reflexionar y vibrar.

Me vi en las entrañas de las montañas, arrojada casi al terraplén de cascadas, tocando las nubes con mi mano. Me sentí parte de todo y pequeña a la vez, infinita e ilimitada.


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