lunes, 21 de enero de 2013

Cabo Polonio, donde el tiempo no existe

Al bajar del camión nos acercamos a un puesto de fruta, preguntamos por Mabel. Hay una señora sentada comprando albahaca, otros dos hombres charlan apaciblemente. Un chico pregunta qué hora es, todos se miran entre sí, nadie tiene reloj, a nadie le importa el tiempo.

Nos indican que la casa de Mabel es aquella chiquitita, con las ventanas azules. Picamos a su puerta, sale una mujer sonriente de pelo lacio y nos dice que nuestra cabaña es justo la de al lado: una grande de unos 20m2 y con un bonito porche. Nos cuenta que en realidad es Alejandro quien la alquila, un viejo hippie tatuado y tostado por el sol, que se la compró hace unos años. Aún así, todos los vecinos la siguen conociendo como la casa de Mabel. 

Es toda de madera, tiene una chimenea, cocina, dos colchones con mantas en el suelo y una habitación doble. El baño tiene un water diminuto y una regadera del revés hecha con un balde que sirve como ducha. No hay agua ni luz. Se saca de un pozo de lo que llueve, agua potable para beber y lavarnos. Luego la reutilizamos para lavar ropa, fregar los platos y para echar en el lavabo.

Cuesta acostumbrarse, hay cubos por toda la casa con diferentes aguas, y siempre hay alguna de nosotras que se despista y tira un balde donde no es. Pero al salir al porche se ve el mar, las dunas, hierbas y cabañas de colores... y pienso: 'vivir así vale la pena'. Por la noche, colocamos velas en botellas y nos alumbramos unas a otras para cocinar puré, comer salchichas y jugar al remigio. 

Hoy no hace día de playa, así que ensayaremos. Y es que esta noche actuamos en lo de María, un pequeño bar con sillas al aire libre, que está a 20 metros de casa. Vane le propuso bailar Bollywood a cambio de beber o comer gratis. Tengo que aprenderme el 'Mauja mauja' en pocas horas. Queríamos relax en el paraíso, pero somos culos inquietos en busca siempre de algo que hacer. 

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