viernes, 15 de febrero de 2013

Dulce y cremosa Rosario


Le llaman la cuna de la bandera, la capital del helado, la casa natal del Che. Y Rosario es todo eso y mucho más. Puede ser que lo mío con esta ciudad no fuera un amor a primera vista, que la viera feucha y poca cosa al lado de Buenos Aires, pero con los días me fue camelando y conquistando. 

No fue por sus playas, marrones y fluviales, aunque al final conocimos la de Vladimir al otro lado del río y pudimos disfrutar del skyline de la urbe desde un chiringo de madera. Habíamos cruzado en barco y soñábamos con un baño fresco y revitalizante. El agua harinosa cubría hasta el pecho, pero el suelo de arenas movedizas nos arrastraba hacia el sur.

No fue por su oferta cultural. Rosario nos ofrecía muchos planes para hacer, y museos, plazas y ferias artesanales por descubrir, pero había que organizar las visitas con tiempo porque los horarios eran limitados y muchos los días festivos.

No fue por su vida nocturna, que la tiene... Hay una gran avenida con bares, Oroño, un enorme boulevard con locales de moda, de rock, Beatles, con lices rojas y sillas de diseño en las aceras. No era para nada nuestro estilo, nosotras buscábamos el antro auténtico, con solera donde iban los currelas del barrio. Y al final fuimos a uno por casualidad.

Fuimos al concierto del compañero de piso de nuestro couchsurfing, Diego, y fue unas risas. Los grupos de música eran jovencillos amateurs, que a pesar de no sonar muy bien, tenían tremenda fuerza. El público eran los pocos colegas fieles, pero se podía fumar y las cervezas no paraban de rular. Diego, Fede y Julián nos hospedaron tres días en su apartamento: nos cocinaron un asado en una de las azoteas más altas de la ciudad; cantamos juntos en un karaoke, compartimos mate e intercambiamos experiencias.  

Rosario me enamoró poco a poco hasta dejarme colgada hasta las trancas. Quizás fue por su gente, sonriente y generosa, que estaba deseando escuchar acento español. Quizás fue por sus bonitos cafés, amplios y repletos de sillas, cómodos y sin artificios. Quizás fue por sus calles, cuadriculadas, pos sus parques, por su cremoso helado de dulce de leche... No lo sé. A veces el amor tiene motivos que la razón desconoce.

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