domingo, 10 de febrero de 2013

Crimen en Paraguay

Cilia y su amigo Albano nos acompañaron dos días a Encarnación, una ciudad con playa fluvial, famosa por sus carnavales. Era el último fin de semana de la fiesta de disfraces, no había dónde alojarse, así que Albano echó mano de su agenda de contactos. Nos hospèdó Mirta, una amiga de  profesión de su padre, que nos acogió a los 6 en su pequeño apartamento, a la vez que ella marchaba a dormir a casa de su madre.

Mirta resultó ser solidaria y generosa, nos cocinó pizza el primer día, y hamburguesas, el segundo y hasta preparó un pastel de mango para el desayuno. Todo parecía ir bien, los 5 sentados alrededor de la mesa hablando de nuestro viaje y de Paraguay. Y entonces Mirta lanzó la bomba: admiraba a Stroessner y habló de lo bien que se vivía durante la dictadura.

Se hizo un silencio en el comedor. Ella exaltaba su figura, se enorgullecía de la seguridad que reinaba en aquellos años y de la eduación que se transmitía en las escuelas. Las miradas de las cuatro cayeron a los dibujos del mantel, no me atrevía a levantar la cabeza. Si una decía algo, todas íbamos a saltar. Y es que teníamos muy reciente el Museo de la Memoria, un gran archivo histórico de los crímenes que se cometireron durante los 35 años de represión.

Gracias a la investigación de muchos que no se resignaron, el país pudo conocer y no olvidar que más de 20.000 personas fueron torturadas y sometdias a vejaciones. Los testimonios, los documentos policiales, las armas de los interrogatorios, las celdas sucias...todo pone los pelos de punta. ¿Y qué debíamos decir ante Mirta? Nos abría las puertas de su casa, nos sentíamos obligadas a callar.

Si hubiéramos estado en España, la hubiéramos dejado con la palabra en la boca y la cena en el plato. Pero eramos huéspedes, extranjeras. ¿Tolerantes, educadas o aprovechadas? No lo sé. Pero apenas he podido pegar ojo esta noche...

No hay comentarios:

Publicar un comentario