lunes, 18 de febrero de 2013

Cuentos de Buenos Aires

Llegaba tarde a mi encuentro. Entré con la lengua fuera a la biblioteca, pregunté por ella, subí las escaleras, recorrí diferentes salas, hasta que di con ella. Daniela Magnone estaba en un pequeño cuarto de madera, rodeada de cajas abiertas con libros. Vestía una camiseta fucsia, una falda a rallas y el pelo alborotado. Se levantó, me sonrió y me besó. 

Estaba ocupada deshaciendo paquetes de todas la editoriales del país le habían mandado cuentos para participar en el concurso de la Organización Internacional del Libro Infantil y Juvenil. Ella era la encargada del área infantil de la Biblioteca Ricardo Güiraldes.

Se había formado 13 años atrás como narradora oral, en una escuela de la capital. Allí había conocido a Juliana, Dina y Olga con las que creó 'Las cuentandantes': explicaban historias pero también itineraban mucho. la distancia entre ellas hizo que al final se separaran y se dedicaran a proyectos más individuales. Ella y Juliana creaban espectáculos infantiles por Buenos Aires, tocaban el acordeón, cantaban... pero sin olvidar el CUENTO, el hilo y el telón.

Daniela me contó una leyenda mapuche, 'La flor de la amancay' y me soltó un listado de autores que debía leer e inspeccionar Me dijo que mi búsqueda de cuentos por Latinoamérica le recordaba a Aimé Painé, una niña abandonada, hija de una mapuche y un tehuelche, que obsesionada con sus orígenes recopiló las voces más ancianas del país. O Berta De Battini, quien caminó en burro por Argentina transcribiendo historias orales. 

Con Lili Meier fue fácil encontrarse. En mitad de Plaza de Mayo vi a una mujer que buscaba a alguien con su mirada. Tenía el pelo liso, largo y negro azabache, los ojos brillantes y vestía una camisa de colores indígenas. Había salido tarde de la oficina y se disculpó. Trabajaba en el Ministerio de Desarrollo Social y estaba la mar de contenta por la labor que prestaba al gobierno de Kirchner.

Me contó su trayectoria como cuentacuentos, siempre ligada a la rama izquierda del peronismo. "Mi repertorio son mis partes" - me dijo - "yo hablo desde un lugar desde el que no puedo mentir". Había empezado 15 años antes a interpretar cuentos de otros por bares y locales, luego por escuelas, de la mano de un sindicato.

Caminamos por el centro, ella recorría la historia argentina mentalmente: los colonos, la guerra contra los ingleses, las luchas obreras del XIX, la dictadura y el miedo. Me condujo a 'El Revolucionario', el bar de las Madres de la Plaza de Mayo, un sitio simbólico donde compartiríamos en libertad.

Un gran fresco de Pacha mama (Madre Tierra) colgaba de la entrada, al otro lado una pared llena de fotos del camarada Ernesto Che Guevara. Más adelante, Gandhi, Mandela, Castro, Chávez, Mandela, Evo Morales... Un rincón con fotos de desaparecidos, allí presentes, zapatos rotos sin dueños. Nos sentamos al fondo, cerca de unas aulas de cultura, y allí grabé el cuento número 6. Era una historia de amor, la de un cuetero.

Se oía a un chico de fondo tocando el cuatro colombiano (como un ukelele), era la hora de los pueblos. Música, arte y literatura compartían techo. Y yo intentando captarlo todo mientras bebía un café.  

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