miércoles, 6 de febrero de 2013

Cuentos de América Latina III

Pregunté al guardia de seguridad por el puesto de chipas. Imaginaba que eran algunos dulces paraguayos. Habíamos quedado en esa esquina a las 18 h. Alguien me tocó el hombro por detrás. Me giré y vi a una chica morena, de pelo corte y sonrisa permanente. Me guió hasta una mesa de la cafetería, allí estaba su abuela que nos acompañaría también en la reunión. Ella empezó a hablar.

Cilia Romero tenía 25 años y era abogada: se dejaba los cuernos cada día en una oficina, donde se encargaba de la contabilidad y de las patentes, aunque realmente lo que le apasionaba eran las letras. Había empezado a escribir años atrás ensayos y artículos, y ahora probaba con los cuentos. Junto a un grupo de amigas había puesto en marcha el proyecto 'Contáme un cuento', en el que recolectaban libros usados, ofrecían merienda y explicaban historias a niños y niás de pocos recursos. Hablaba con amor de sus experiencias.

Me dijo de vernos en su casa al día siguiente, para que pudiera grabarla contando su mujer texto, 'La caja', y nos invitó a cenar a las cuatro. La mesa se llenó de platos típicos, todos de colores amarillos: sopa paraguaya, que no es caldosa ni caliente, sino un bizcocho de maíz, huevo leche y harina de yuca. Comimos también papas con crema de leche y cebolla, y chipa guasú, que era una enorme torta de maíz. La velada se convirtió en una divertida reunión de chicas, en la que se habló de chicos, aventuras y viajes.

Cilia nos propuso ir a su finca esa semana, un terreno con barbacoa y pehado a un río en Itacurubí, una zona campestre a 85 km de la capital. Fue como un domingo de campo, bebiendo cerves de una nevera portátil, avivando el fuego del asado, haciéndonos aguadillas en el arroyo...


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