viernes, 22 de febrero de 2013

Buenos Aires, ni contigo ni sin ti

El amor fluye, se palpa, se siente, se vive en Buenos Aires. Por las calles veo a parejas de la mano, unos se abrazan en los portales, otros hacen manitas en la parada del autobús. En los parques hay amigos sentados en círculo, mientras los enamorados se tumban, pierna con pierna, entrelazados, y en los bancos se miran alejados del mundo. Hasta en el metro algunos se dan beso de tornillo, largos y sonoros sin importarles las miradas de los envidiosos, juegan con las lenguas y sus manos se pierden bajo la cintura. 

Los porteños parecen apasionados y románticos  y es cierto que hasta en sus opiniones lo son. Su patria, su fútbol, su Maradona, su Evita y su Perón, su tango... todo lo recuerdan y lo viven con fervor. Tienen fama de altivos, presumidos y algo pedantes, pero en el fondo son amables, cálidos y se sienten orgullosos de que alguien visite su ciudad. De todo tienen criterio, nada les deja indiferente: se ríen y lloran en público, gritan, luchan  se manifiestan, hacen ruido y no olvidan. 

Son muchos los que elogian la labor del gobierno reciente, que ha recuperado la Memoria Histórica: ha hecho justicia a los 30.000 desaparecidos de la dictadura y ha encarcelado a los culpables de la represión. En el Parque de la Memoria hay miles de fotos colgadas de las víctimas, y al lado, están las imágenes de los autores del terrorismo de Estado. Nadie olvida, no es ni sano ni posible. ¿Habrá en España algún día un lugar así? Ojalá. Tal vez entonces la democracia cobre más respeto y autenticidad.

Buenos Aires es la gran metrópolis de América Latina. Tiene 12 millones de habitantes, los mismo que todo Chile. La ciudad no cabe en un sólo mapa. Los ómnibus hacen recorridos urbanos de más de una hora y luego siguen habiendo más casas, kioscos, pizzerías y villas alrededor (chabolas hechas de escombros). No hay día que no vea alguien rebuscando en la basura. Cada vez que vamos en Subte un niño nos choca la mano y nos pone chicles o tarjetitas en la rodilla. 

Al otro lado del cristal dos bebés juegan en calcetines con una bolsa de plástico, mientras sus padres buscan comida en el container. La más pequeña tiene la cara sucia, debe de tener la edad de Ainhoa y me mira: quizás se pregunta por qué yo estoy en una cafetería con aire acondicionado y ella fuera. Quizás ni siquiera le extraña la situación, a mi sí. Y me entristece. 


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