sábado, 27 de abril de 2013

Santiago popular

Al salir del metro del Patronato me metí sin querer por entre calles de comerciantes. Buscaba papel de liar y acabé comprando la tradicional cajita roja de Smoking en un almacén de conservas. Seguí andando hacia el mercado de La Vega, un auténtico festival de negocios populares a precios de ganga. 

Quesos mantecosos, frescos, artesanales, paltas (aguacates) por 1000 pesos el kilo, zapallos, duraznos, frutos secos para parar un tren, plásticos, ropa, incluso candados y mandos de la tele. Tiendas por el suelo, otras improvisadas en carritos de la compra, sobre sillas, en barras. Se oía jaleo de voces, los vendedores competían a ver quién gritaba más. Algunos hombres me perseguían con la mirada, mientras las mujeres cómplices me sonreían. 

Justo al lado estaba otro mercado, el de Tirso de Molina, más silencioso y ordenado, con oferta similar pero en menor cantidad. En el segundo piso del edificio decenas de camareros me invitaban a probar su almuerzo. Me acerqué al local de Luicha, una mujer con gafas y arrugas marcadas, a la que acabé contando todo mi viaje: desde el inicio con mis amigas, hasta mi estancia en Chiloé. Me dijo que me esperaría con un plato de reineta (pescado blanco parecido al lenguado) en la mesa y me despidió con un beso en la mejilla. 

Seguí mi recorrido por el mercado Municipal repleto de pescaderías. Se vendía únicamente pesca de Chile, enormes piezas frescas por menos de 5 € el kilo. Los restaurantes aquí ofrecían una carta plagada de marisco, erizo y merluza acabada de pescar... con una pinta que alimentaba, pero cara. Demasiada tentación, salí en busca de una copa de vino. En la esquina estaba la Piojera, un bar estrambótico de mesas pegajosas y frescos en las paredes, donde paisanos y turistas charlaban con un vaso de chica, vino o terremoto (vino blanco, helado de piña y fernet) en la mano. 

Por la tarde, Esteban me pasó a buscar por el hostel. Aida, Vane y Almu lo habían conocido en su visita por la capital y me aconsejaron que contactara con él. Me llevó a la fiesta de la Vendimia de su universidad. Degustamos vinos de cepas diferentes, empezamos por un Syrah, nos pasamos al Carmenere, luego al Cabernet, otra vez al Carmenere... A partir de la segunda copa todos nos parecían igual de buenos. Hoy tengo un dolor de cabeza monumental, y por si fuera poco, tengo una entrevista con una cuentacuentos. Como decía mi padre: Noches alegres, mañanas tristes. 


No hay comentarios:

Publicar un comentario