lunes, 15 de abril de 2013

Días más, días menos en Ancud


Ya llevo 23 días en Ancud y aún no sé cuando me marcharé. Decenas de viajeros entran, disfrutan, comparten y continúan su camino, pero yo sigo en el mismo sitio. 

Hoy se fue Vale. Ella ha estado casi dos meses como voluntaria en el 13 Lunas. Durante ese tiempo hemos intercambiado mil ideas en itañolo, unido fuerzas para preparar la comida, salido al portal a fumar, bailado hasta cerrar La Fama, paseado por la costa... Creo que habremos hablado más de 1000 horas en todos estos días. Vivir en el hostel es sentir un poco el síndrome del Gran Hermano: estás muchas horas con los mismos, coges confianza en poco tiempo y todo se vive de manera muy intensa.

Mi rutina empieza cada mañana con uno o dos cafés con leche, pan tostado con queso y mantequilla y manjar (dulce de leche). Luego sigue la ducha, ordenar la mochila y mirar mis emails, a veces escribo en la Moleskine, otras simplemente me pongo a charlar con un turista en la mesa de la cocina. Después me voy a trabajar al café. Mi compañera Roxana y mi jefa me reciben siempre con una sonrisa en la cara. Enseguida me veo moviéndome entre las mesas, con tazas en las manos y un boli colgado del delantal. 

No son muchos los que consumen, pero están los fieles, que hasta te besan antes de sentarse y están los que navegan con su ordenador, como si la cafetería fuera su oficina y nosotras sus compañeras de trabajo. A veces consigo más dinero con las propinas que con el salario diario. No es mucho, pero al menos he podido comprarme un poncho (hecho de lana de oveja y llama), un móvil (me robaron el mío hace 3 semanas) y he salido un par de veces a comer fuera con Pancho.

El fin de semana pasado fuimos a Castro y Dalcahue, la primera es la localidad más grande de la isla y tiene unas viviendas de colores que quedan enfrente del mar, que se llaman palafitos. La segunda es una villa cuca, conocida por sus puestos artesanales de lana.  Comimos en el puesto nº8 del mercado, en una barra dirigida por tres paisanas que nos sirvieron congrio fresco, empanadas y vino blanco en tazas de café por menos de 8 euros.

Se nos hizo de noche de vuelta al hostel. Cruzamos cientos de caminos de ripio con el Land Rover, botando y vibrando en el asiento, escuchando cumbia sin parar. Me gustan los días sin horarios, vivir todo de cero, colgada de su brazo. 

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