miércoles, 4 de septiembre de 2013

Ida y vuelta

Llegué a Riobamba con la intención  de ver montaña, verde y paisajes exóticos. Y es que esta ciudad, conocida como "la sultana de los Andes", es el punto de partida para subir al Chimborazo, el pico más alto de Ecuador (6310 m).

Lo que no esperaba era vivir tanta adrenalina. Esta inyección de energía positiva por las venas te engancha, te hace reír y te devuelve la curiosidad. Unos saltan de un avión, los hay que escalan rocas de vértigo, otros vuelan en parapente... Yo me lancé montaña abajo en una mountain bike, a todo lo que daba la bici.

Me apunté a un tour junto a dos catalanes, en Pep i la Sílvia, para subir hasta el segundo refugio del volcán (a 5.000 m) y luego bajar 45 km sobre dos ruedas. Nos tiramos con una sonrisa entre nerviosa y miedosa sobre caminos de ripio, zigzagueando senderos de gravilla, buscando el hueco donde meter la rueda. Las manos estaban tensionadas y pegadas al manillar, los pedruscos se te clavaban en todo el cuerpo como agujas.

Me sentí niña otra vez. Recordé cuando mi familia me llamaba 'la suicida' al tirarme sin frenos con un trineo en los Pirineos. Me acordé también de mis antiguos compañeros de Solo Bici, que se la jugaban serpenteando árboles y rocas por entre montes. La vida no deja de sorprenderme. Cuando ya pensaba que Latinoamérica no me iba a impactar más, otro regalo se cruza en mi viaje.

He decidido seguir descubriendo este subcontinente con mi mochila. No quiero abandonar este sueño todavía. Ecuador, Colombia y Panamá me esperan... Y luego quiero regresar a casa, abrazar a mi familia y charlar durante horas con mis amigos. Una vez un compañero de curro me dijo: "Mi casa es donde están los míos". Tenía razón. Por más que viaje y encuentre a personas estupendas, mi hogar es como un cojín cálido, tierno y suave donde una se siente querida.

El trabajo para mi nunca ha sido una prioridad, y no lo va a empezar a ser ahora. Dejé un puesto de funcionaria en la Generalitat para aventurarme en Euskadi y me arriesgué a viajar un año sin billete de vuelta. Seguiremos buscándonos la vida como hasta ahora, luchando por ser mileurista, sacándonos las castañas del fuego, desafiando a la mala suerte. Todo lo aprendido suma, las experiencias se cargan en la espalda y en el alma, una es la misma pero más ella que nunca. 

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