jueves, 12 de septiembre de 2013

La Casa de Acogida

Hacía casi un año que mis amigas y yo nos habíamos puesto en contacto con la Fundación Jóvenes para el Futuro de Ecuador. Aida tenía una compañera que había hecho voluntariado ahí y las cuatro nos habíamos leído el libro de Anna Bassanta, El halcón de los Andes, que nos inspiró para nuestro viaje.

Me encontraba cerca de Ambato y quise conocer el proyecto de primera mano. Cuando llegué a la escuelita, Eduardo, el director, salía por la puerta. Las tres chicas que vivían en la Casa de Acogida, Deysi, Vivi y Carmencita preparaban el almuerzo y me invitaron a sentarme con ellas. Sara, una educadora social española recién llegada, me contó cuatro cosillas del centro. Prometí volver al día siguiente con todas mis cosas.

Nada más dejar mi mochila, Eduardo me pidió que acompañara a Deysi a ver a su madre a Latacunga, a una hora en autobús. Deysi venía de una familia de pocos recursos, en la que había mamado la violencia y el abuso, y vivía en la fundación desde hacía cuatro meses. No podíamos dejarla sola porque había peligro que la amenazaran. 

Su mamá vendía papel higiénico en un puente, con su hijo menor colgado a la espalda. Tenía mi misma edad, pero su piel marcada por el sol y sus ojos cargados de tristeza, le hechaban casi 50 años. Se alegró de ver a su hija mayor, la abrazó, le compró unas galletas de maíz y le dijo que se portara bien. El juez había retirado la custodia a los padres, ahora la fundación era su hogar hasta que se valiera por sí misma. Su familia eran Carmencita, Vivi y las voluntarias, y su tutor, Eduardo. 

A parte de estar con las chicas, me comprometí a actualizar los contenidos de la web de la ONG, hacer noticias y subir fotos nuevas. También he organizado un horario de talleres creativos por las tardes. A Deysi le toca el taller de pulseras, con sólo 15 años es una artista con las manos. Y yo tengo que prepararme una coreografía para la clase de Bailoterapia del martes.  

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