martes, 5 de marzo de 2013

Cuentos de Miramar

Conocí a Claudia Samter de casualidad. Ni tenía contactos en Miramar ni sabía como encontrarlos. Fue Ani, la madre de Laureta, la que me pasó el teléfono de una amiga de una amiga, que sabía que escribía. Cuando la llamé para quedar, Claudia parecía entusiasmada por conocerme y por participar en mi trabajo.  

Me llevó a Las Tolvas, una cafetería moderna de la calle 21, con trufas y cupcakes en el mostrador. Le expliqué el porqué de todo: de mi viaje, de mi búsqueda de cuentos, de mi vida y de mi presente. Una apenas se da cuenta de cómo suenan sus propias palabras hasta que otro pone la oreja y reacciona. Claudia se emocionaba con mi historia y me hacía sentir importante. 

Ella tenía 65 años y había sido maestra, profesora de alemán y de inglés, y de expresión corporal. Había trabajado siempre con niños y ahora se dedicaba a los ancianos. Había empezado a escribir hacía 14 años, justo cuando sus hijos se fueron de casa. Su primer texto, Compañía inesperada, iba sobre la soledad en el nido vacío. "Los primeros escritos de un autor siempre tratan de uno mismo, luego uno se empieza a distanciar y a narrar para otro, desde otro lado", señalaba Claudia.

Había escrito cinco libros, uno autobiográfico, una novela, tres sobre cuentos y otro que tenía en mente. "Cuando tienes un proyecto, vale la pena despertarse" - sonreía - "descubrir una segunda vocación (la primera fue la docencia) a los 50 es una suerte". 

Me dio a elegir varios cuentos, me quedé con De almas y nubes, sobre las formas diversas del cielo en la Patagonia. Me lo contó en alto. "Cuando escribo soy yo. Mi misión es devolver la imagen al otro para que le sirva" - concluía - "y ahora con los abuelos, soy más payaso, me muevo ágil, les hago chistes, pongo caras, intento que no se duerman... A través del humor también se enseña".


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