sábado, 9 de noviembre de 2013

La Guajira, entre desierto y oasis

María se levanta a las 5 cada mañana, cuando apenas asoma el sol. Prende la hoguera y coloca el agua para el café. Luego se sienta a que el pescador pase por su casa a dejar el desayuno. Hoy reza para que el chico haya tenido suerte con la red, dice que como es época de lluvia los peces se meten mar adentro. 

Tiene 63 años, ha sacado adelante 7 hijos (sufrió la pérdida de otros tres) y a un marido medio borrachín y es la encargada de la cocina, el agua y otros quehaceres del ranchito. "Aquí nunca falta de comer, siempre hay pescado, pero a veces sólo comemos una vez al día. Esto es tranquilo y seguro, pero yo quiero que mis hijos estudien para que su vida sea mejor que la mía", confiesa la dueña de la casa. Pertenecen a los Wayúus, la tribu de La Guajira que habla su propia lengua y se alimenta del mar, del desierto y del carbón. Ésta fue la única zona de Colombia que los españoles no pudieron colonizar, quedó intacta, tal como es, conservando sus costumbres durante siglos. 

Desde hace dos días duermo en la cabañita de María, en el Cabo de la Vela. Esto está, literalmente, en el quinto pino: no hay agua corriente, sólo lo que deja la lluvia, y no llega luz ni transporte público. Habitan poco más de 1000 personas, apenas hay dos tiendecillas y los restaurantes funcionan a pedido y según la pesca del día. Un jeep carga y descarga a diario pasajeros y mercancía en Uribia, la ciudad más cercana, a dos horas y media. Los vecinos piden encargos al chófer, desde prensa, hasta cigarrillos, arroz o medicinas. Cuando trae panecillos, el boca a boca corre como la pólvora por la calle y enseguida se lían unas colas tremendas.

No hay mucho que hacer por aquí, a parte de dar largos paseos por la orilla, conversar con las artesanas que tejen bolsos y contemplar el atardecer. A veces me tumbo en una hamaca o en un chincharro, otras me empano mirando el horizonte. El sol se va a las 6h de la tarde y la poca luz eléctrica se alarga hasta las 21h. Luego, poco a poco, las charlas se van apagando, como las velas en los porches. 






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