sábado, 1 de junio de 2013

Rurrenabaque, dentro de la selva

Había llovido toda la noche. Las gotitas se habían colado por los ajugueros de la mosquitera, y los truenos nos habían despertado. El cielo estaba gris plata, tapado y nebuloso. Teníamos una excursión contradada para ir a la selva de Bolivia tres días y no podíamos hecharnos atrás, aunque el barro nos llegara a las rodillas...

A la mañana nos subimos a un bote de madera, alargado. Éramos unos 10 turistas, todos atabiados con un salvavidas y una pequeña mochila con repelente, agua y un par de camisetas. Cruzamos a los largo del Beni, un gran río que muere en el Amazonas. A los lados se veía un paisaje verde frondoso, con árboles altos, cañas y palmeras. Sentía la fuerza de la tierra bajo mis pies, algo mágico y potente. Era como estar en la isla de Perdidos... Pura selva

Montamos las camas con la esterilla, la mosquitera y una manta, y nos juntamos en una mesa de madera para comer pollo con arroz. Me sentía Kate a punto de hacer una expedición, sólo que no veía a Jack ni a Sawyer por ninguna parte.

El parque Madidi tiene 2 millones de hectáreas, y en él viven jaguares, monos, cerdos y todo tipo de aves e insectos. José, nuestro guía, nos contaba los remedios naturales de la gran farmacia selvática: agua de las lianas uña de gato, resinas para las picaduras, unguentos para tarántulas, infusiones de tronco para el estómago...

Llovió toda la noche. Oía como jarreaba el agua sobre el toldo, mientras me clavaba la cadera en el suelo y me escondía de los bichos entre las mantas. Al día siguiente nos cargamos con comida y nos metimos aún más selva adentro, a otro campamento. Aquí podíamos cocinar sobre una hoguera, pescar pirañas en la laguna y bañarnos en el río. Lo malo, los mosquitos que nos picaban por todo el cuerpo, a pesar de llevar calcetines hasta la rodilla y varias capas de ropa. Apenas podía estar quieta, si paraba un segundo, me acribillaban.

El tercer día nos levantamos antes de que el sol saliera, huíamos de los mosquitos. Queríamos cocinar un buen desayuno en el primer campamento, más cómodo y seguro. Engullimos los pancakes de plátanos, las rosquillas de vainilla y los huevos revueltos. Luego recolectamos cocos pequeños de la palmera choncha y fabricamos anillos. No me quedaron muy bonitos, pero es un detalle artesanal. Ése será mi próximo regalito para mandar a casa.


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