Frente
a la península de Magallanes, a 80 km de El Calafate y en mitad de la
región de la Patagonia se encuentra el glaciar más famoso del mundo, el Perito
Moreno. Debe su nombre a Francisco Moreno, un científico explorador y curioso
de esta zona austral.
Se
trata de un gigante blanco de 60 metros de altura sobre el nivel del lago
Argentino y de 5 km de ancho. Fuimos en taxi y, a medida que nos
aproximábamos, su tamaño impresionaba más y más.
Una
vez en el parque, caminamos por los senderos Interior, del Bosque, de la Costa
para ver el glaciar desde distintos puntos. Cuanto más cerca, más colores en el
hielo: no era de un blanco nuclear, sino de tonos turquesas, mezcla del agua y
del cielo, y pintado de grietas negras, como un mármol. Mirar toda su extensión
era como estar frente a un gran campo de bloques helados. Me imaginaba
caminando sobre ellas, saltando de piedra en piedra como el espigón de una playa
blanquecina y resbaladiza.
Aunque
los más espectacular del Perito Moreno no era su forma o su tamaño, sino su
sonido. Pedazos de hielo se derrumban cada poco, creando un crujido que se
pierde en el aire, como un trueno seco e inusual. Cientos de turistas esperan
en las barandillas de madera para ver algún desprendimiento, ojo avizor
y cámara en mano. Esto es debido al avance imparable del glaciar, que crea
presión mientras el agua se filtra por entre sus huecos, creando bóvedas que
finalmente caen.
Hoy
me siento más afortunada aún. Otra maravilla del mundo vista y
disfrutada en mi ficha de viajes. ¿Qué más nos espera en América Latina? No
llevamos ni la mitad de la aventura y la emoción no decrece...
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